Entonces sentí una pasión desbordada. Era como si cien ángeles me llevaran al cielo en una espiral de música y frenesí. No existía ni el pasado ni el futuro, tan solo el presente, el instante que era eterno. Un haz de una luz cálida e infinita lo cubría todo y no había lugar ni a la oscuridad ni a las sombras. Toda mi vida me vino al presente y entendí los errores, los aciertos, las dudas y, por supuesto, las decisiones tomadas. Todo cobró un sentido que no se limitaba a lo mundano, había algo más en aquél lugar misterioso que justificaba con creces cualquier acción terrenal. Estábamos despiertos constantemente en un ambiente de paz y tranquilidad, pero todo era como un sueño. Uno del cual nadie hubiese querido despertar.
Quizá el cielo existe pero no tiene nada que ver con dios.
Imagen: Neha Rustagi en Pixabay