Nadie bebía como ella. Y no era tanto por todo lo que era capaz de beber, sino por cómo lo hacía. Pocas personas tenían esa audacia y ese temple para dejar un vaso vacío. Lo terrible fue descubrir al día siguiente que también había vaciado mi corazón al completo, dejándolo sin esperanzas y desnudo en una habitación del cuarto, sin piedad alguna. Y que todo lo que podía hacer era volver al bar a la noche siguiente, ya no para verla, sino para recuperarme.
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Y no sabes, amigo mío, como volvió la alegría a mi cuerpo el día que ella volvió. Se deshizo de los ceniceros llenos y las botellas vacías desparramadas por doquier, corrió las cortinas dejando entrar un sol esperanzador y un cielo tan azul que no me lo creerías. Pusimos pilas al reloj que había dejado de andar y por la mañana hicimos aseo -algo que había dejado de preocuparme hace algún tiempo. Comimos algo ligero y fuimos al Santa Lucía. Encontramos un banco bajo un árbol con una vista preciosa de la ciudad y conversamos. Ambos habíamos cometido errores y aprendimos esa tarde a perdonarnos. El orgullo nos juega a veces malas pasada. ¡Ay, amigo! Si supieras cuánto esperé ese momento y lo que me alegra poder contártelo ahora. Disculpa mi emoción tan desbocada, pero hoy, desde hace mucho tiempo, no sentía a mi corazón bailar en el cuerpo, ni a mi alma creer en lo imposible. Hacía mucho tiempo…
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Entonces sentí una pasión desbordada. Era como si cien ángeles me llevaran al cielo en una espiral de música y frenesí. No existía ni el pasado ni el futuro, tan solo el presente, el instante que era eterno. Un haz de una luz cálida e infinita lo cubría todo y no había lugar ni a la oscuridad ni a las sombras. Toda mi vida me vino al presente y entendí los errores, los aciertos, las dudas y, por supuesto, las decisiones tomadas. Todo cobró un sentido que no se limitaba a lo mundano, había algo más en aquél lugar misterioso que justificaba con creces cualquier acción terrenal. Estábamos despiertos constantemente en un ambiente de paz y tranquilidad, pero todo era como un sueño. Uno del cual nadie hubiese querido despertar.
Quizá el cielo existe pero no tiene nada que ver con dios.
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