Nadie bebía como ella. Y no era tanto por todo lo que era capaz de beber, sino por cómo lo hacía. Pocas personas tenían esa audacia y ese temple para dejar un vaso vacío. Lo terrible fue descubrir al día siguiente que también había vaciado mi corazón al completo, dejándolo sin esperanzas y desnudo en una habitación del cuarto, sin piedad alguna. Y que todo lo que podía hacer era volver al bar a la noche siguiente, ya no para verla, sino para recuperarme.
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